RESEÑA DE "MI PRIMER LIBRO DE OCULTISMO" DE AUTSIDER COMICS
Desde que cayó en mis manos Mi primer libro de ocultismo de Autsaider Cómics , la edición española de My Little Occult Book Club: A Creepy Collection de Steven Rhodes, tuve la sensación de estar ante un libro-objeto tan desconcertante como fascinante. Pese a su apariencia de manual infantil inocente, pronto se revela como una parodia cuidadosamente elaborada: un volumen que imita los libros de actividades, guías educativas y catálogos escolares de los años setenta y ochenta, pero reconvertidos en un repertorio de portadas imaginarias dedicadas a la necromancia, la invocación demoníaca o las artes ocultas. Lo que más me ha sorprendido es lo bien que la edición española reproduce esa estética engañosamente amable que choca de frente con el contenido macabro, un contraste que constituye el sello personal de Steven Rhodes.
Uno de los mayores encantos de "Mi primer libro de ocultismo" es la ilusión de estar hojeando un catálogo escolar auténtico, que sobre todo el lector anglosajón puede recordar con nostalgia. La imitación es tan precisa , desde los textos promocionales hasta la maquetación ligeramente desfasada, pasando por ese tono alegre y entusiasta tan propio de los folletos infantiles de los setenta y los ochenta, que cuesta no sonreír ante lo que parece, a primera vista, un inocente inventario de lecturas recomendadas. Solo que aquí, en vez de aventuras veraniegas o historias sobre perros perdidos, encontramos “Como cuidar a tu sabueso infernal o “Pyrokinesis para principiantes”. Esa mezcla de candidez y perversidad, trabajada con un sentido del humor deliciosamente macabro, es uno de los aciertos mayores del libro.
También sorprende lo bien que funciona el volumen como objeto visual. Las ilustraciones de Steven Rhodes, vistas en formato recopilatorio y no dispersas como en su popular merchandising, adquieren una coherencia interna que casi permite imaginar un “universo Rhodes”: niños sonrientes rodeados de demonios, posesiones vistas como actividades extraescolares, jóvenes brujas comparando recetas de sacrificios como si fueran trucos de repostería. Presentadas así, alineadas como títulos de una colección imposible, las imágenes potencian aún más su efecto retro y elevan el libro por encima de una simple antología de chistes gráficos. La sensación es la de estar contemplando una cápsula del tiempo distorsionada, una arqueología de una infancia que nunca existió, pero que se siente extrañamente familiar.
Sorprende la capacidad del libro para provocar carcajadas incluso sin una narrativa al uso. No hay trama, no hay personajes que se desarrollen, y aun así es difícil no soltar una risa franca ante el chiste que contiene cada página. La parodia es tan afinada que uno llega a desear que algunos de esos libros inexistentes fueran reales: ¿quién no querría recibir en su casa una “VHS Maldito” por correo? Es un tipo de humor que funciona tanto para los nostálgicos de la cultura pop ochentera como para quienes disfrutan del cine de terror , la ironía y los guiños al pulp.
El libro rebosa del cine de terror, de comedia negra y el homenaje pop. Rhodes maneja ese equilibrio con una sencillez natural, pero que en realidad requiere una precisión quirúrgica: lo siniestro nunca llega a ser perturbador, lo infantil nunca llega a ser cursi. Es un delicado punto medio que transforma cada imagen en una broma privada entre autor y lector.
Y es verdad que Mi primer libro de Ocultismo funciona perfectamente como libro de mesa, pero sería injusto reducirlo a eso. Las actividades incluidas , laberintos, sopas de letras y el póster desplegable, no son simples añadidos decorativos; expanden el juego, prolongan el gag y refuerzan la ilusión de estar ante un producto comercial auténtico y original. El libro despierta la nostalgia, pero también la parodia sin destruirla.
En conjunto, este volumen demuestra por qué el estilo de Rhodes se ha vuelto tan reconocible en internet, en camisetas, en redes sociales o en tiendas alternativas. Su estética , que fusiona la iconografía de los cuentos infantiles con el imaginario del ocultismo pop, no solo se sostiene, sino que encuentra aquí su mejor formato. El resultado es tan bueno que podemos reírnos con sus páginas de vez en cuando, como quien revisita un viejo álbum de cromos.
Rhodes ha perfeccionado una estética retro inconfundible que recoge el espíritu de los manuales infantiles de otras décadas: colores planos, trazos limpios, tipografías de época y composiciones pedagógicas que evocan una idea de seguridad, familiaridad y hasta ternura. Precisamente por eso, cuando introduce niños realizando rituales de invocación, actividades necrománticas o experimentos demonológicos como si fueran tareas escolares, el efecto humorístico y perturbador aparece de manera casi automática. Ese choque entre forma y fondo es lo que convierte este libro en una pieza tan singular. La ironía funciona sin necesidad de grandes explicaciones: basta con la verosimilitud del pastiche gráfico para que la parodia cobre vida.
A lo largo de toda la obra destaca la agudeza del humor de Rhodes: un tipo de comicidad que no depende de lo evidente, sino del choque ingenioso entre referencias y estilos aparentemente incompatibles. La simplicidad gráfica, en lugar de restar, potencia la sensación de estar ante materiales pedagógicos reales que, sin embargo, instruyen en aberraciones mágicas o rituales ocultistas. Esa economía del gag, acompañada de una fidelidad extraordinaria a la estética ochentera, hace que el libro funcione tanto para quien busca una carcajada como para quien disfruta analizando la manipulación de lenguajes visuales de la infancia.
El libro va más allá del chiste puntual: su coherencia interna lo hace funcionar como una colección sólida de ideas visuales que, juntas, componen una especie de catálogo imposible sobre lo oculto dirigido a niños imaginarios. La traducción de Juan Lassalle Monserrat en Mi Primer Libro de Ocultismo es excepcional. Mantiene con precisión el humor, los juegos de palabras y todos los gags del original, sin perder ni una pizca de su gracia ni del tono irreverente que caracteriza al libro. Cada broma, cada guiño visual y cada momento cómico se transmite de manera natural, haciendo que la lectura sea tan divertida como clara.
Si hubiera que ponerle un único pero a este volumen, sería su brevedad: sus ochenta páginas, fieles a la edición original, se leen con tanta ligereza que uno queda deseando prolongar la experiencia. No obstante, la edición española respeta con acierto tanto el formato de bolsillo como la encuadernación en tapa dura, replicando con mimo el diseño y la presentación de la publicación que Chronicle Books lanzó hace ya cinco años.
Por eso considero que la edición española de Autsaider Cómics es especialmente valiosa: conserva la esencia del original, respeta su diseño y su ironía, y al mismo tiempo permite que el lector hispanohablante disfrute plenamente del humor verbal de los títulos y eslóganes ficticios. El libro se convierte así en un regalo perfecto para amantes de la estética retro, coleccionistas de libros-objeto o cualquier lector con debilidad por el humor negro que se introduce de puntillas, disfrazado de inocencia.
Por último, conviene detenerse en la figura de Steven Rhodes. Este ilustrador y diseñador australiano ha forjado un estilo muy reconocible a partir de su fascinación por la iconografía de los años setenta y ochenta: manuales escolares, libros de actividades, juguetes educativos o material gráfico que muchos recuerdan de su infancia. Rhodes reproduce ese lenguaje visual con una precisión casi arqueológica, pero lo subvierte introduciendo lo macabro, lo diabólico o lo paranormal en situaciones aparentemente inocentes. El resultado es un choque tan inesperado como brillante, un humor que funciona por contraste y que, además, encierra una lectura crítica sobre cómo construimos la nostalgia. Títulos ya célebres de su imaginario —como el ingenuamente siniestro “Vamos a invocar demonios” o la falsa guía didáctica “Piroquinesis para principiantes”— han convertido su obra en un fenómeno internacional, alimentado por sus colecciones de camisetas y merchandising disponibles en Internet.
En definitiva, Mi primer libro de ocultismo no es un manual, sino un ejercicio de estilo que explora de forma brillante cómo la apariencia infantil puede ocultar, o revelar, las ideas más extravagantes. Rhodes juega con la nostalgia y la transforma en sátira gráfica, ofreciéndonos un catálogo de portadas imposibles que son, a la vez, una burla, un homenaje y una pequeña bomba visual. Su lectura provoca sonrisas, inquietud y una extraña familiaridad, como si todos hubiéramos visto libros así en nuestra infancia pero solo ahora descubriéramos lo que realmente podían haber escondido.
Me alegra especialmente que Autsaider Cómics haya tenido el acierto de publicar este libro en España. Creo sinceramente que no podría haber caído en mejores manos: hay en su edición un cuidado, un mimo y una sensibilidad propio de una editorial independiente , que tal vez se habrían diluido en una gran editorial, donde este tipo de obras tan particulares suelen perder parte de su personalidad. Aquí, en cambio, se respeta plenamente el espíritu juguetón, oscuro y retro de Rhodes, y se nota que la editorial ha entendido exactamente qué tipo de objeto tenía entre manos. Ojalá esta apuesta encuentre el éxito que merece y que la recepción sea lo bastante entusiasta como para que podamos ver pronto la publicación de su segunda parte, Let’s Summon Demons: A Creepy Coloring and Activity Book , un cuaderno de colorear y actividades que continúa expandiendo ese universo perversamente infantil que tan bien sabe construir Steven Rhodes.


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